Parábola de vida

Hace un año que dos veces por semana, lunes y viernes, me voy de casa a las 8,30 hs para empezar una mañana larga y llena de sorpresas…

Muchas veces, en la puerta de la escalera, encuentro a Bakhta y a Sultan. ¡Ya vuelven del trabajo, que empieza muy temprano! Una sonrisa, el deseo de una buena jornada para las tres… y continúo hasta el final del edificio. A veces Jacqueline me llama desde su balcón, otras veces es Janine, que entrando en su coche me habla de cómo va su espalda. ¡Habría que caminar, pero…!

Estoy ahora en la calle mayor de Hochfelden, que nos une directamente con la ciudad. A mi izquierda pasan las bicis, los coches y los autobuses. A mi derecha, una serie de “encuentros” simbólicos e interesantes que cuentan la parábola de la vida.

Empiezo por la “Casa de la primera infancia” de donde salen y entran niños muy pequeños. A veces, si estoy atenta, oigo el reloj de la iglesia de San Florent que suena a las 9,45 hs… ¡vamos! Los juegos para los niños… los tres toboganes de distintas alturas, me recuerdan que crecemos poco a poco…

Cruzo y camino a lo largo del gran cementerio de Cronenbourg. Están allí las tumbas de algunos de nuestros vecinos y amigos. Un día veo a Jacqeline que riega unas flores. Entro, y ella “habla” con su hijo: “Jerôme, te presento a la hermanita italiana, Alessandra”. Y luego se dirige a mí: “Alessandra, te presento a mi hijo, Jerôme”. Desde entonces, muchas veces miro más allá del muro para dar los buenos días a Jerôme…

Vuelvo a cruzar y mis ojos se detienen en las innumerables filas de cruces, todas iguales, de un cementerio de guerra. Desgraciadamente, no será el último en nuestro mundo…

Paso bajo un pequeño túnel… dos minutos de oscuridad y reaparece la luz… un caminito en la hierba, un canal, a veces una pareja de cisnes que se pasean, a veces el olor de una sopa que está cociendo… ¡Estoy llegando! Las primeras casas de la ciudad están delante de mí, la torre de la catedral me saluda de lejos y, por último, giro a la derecha por la calle del Rempart que está bastante concurrida a esta hora.

Al cabo de media hora larga llego a “La Fringale”, el comedor social de los “Restaurantes del Corazón” de Estrasburgo. Y me encuentro “en mi casa”: “Buenos días, Ale, ¿qué tal? – Bien, ¿y tú? ¿Cómo ha ido el fin de semana? – ¿Había mucha gente esta mañana para el desayuno?”

Busco un delantal y guantes, y miro alrededor de mí. Me hago también con una bandeja, un cuchillo y un pelador de verduras y estoy preparada para atacar los sacos de patatas, de zanahorias y de cebollas que nos esperan! Pasamos hasta dos horas alrededor de una larga mesa, donde solemos estar cinco o seis personas. 

Tiempos largos de silencio, un café, risas… “¡Estamos hartos de patatas, vamos a soñar con ellas esta noche! – ¿Tú cortas y yo continúo pelando? – ¡Ponedlas en cubos, cubiertas de agua y metedlas en la cámara fría! Son para pasado mañana… – ¿Puedes empezar a preparar los vasos con la ensalada de fruta? ¡Por lo menos 220 vasos! –Yo busco las jarras para el agua. – ¡Está listo, podemos comer!”

Hacia las 11 hs nosotros, los voluntarios, nos sentamos alrededor de la misma mesa larga. Somos 12, a veces un poco más o un poco menos. “¡Está muy bueno! ¡Gracias al cocinero! – ¡Servicio! ¡Trabajo en equipo!” De edades y culturas diferentes, cada uno/a tiene sus motivaciones para estar allí y lo importante no es el “hacer” sino el “ambiente”.

El placer de un cafecito y la pregunta habitual: “¿Dónde estás hoy? – En la acogida… en la preparación de las bandejas… en el servicio de los platos… haciendo la sopa… en la sala… en el fregado…”

¡A mediodía todo está a punto, se puede abrir! Es el momento de cruzar la mirada con nuestros huéspedes, de intercambiar una palabra, de conocerse de manera muy sencilla. Alguna vez he preguntado más de 200 veces seguidas: “Le gustan las cebollas?”. Sólo he tenido seis respuestas negativas, pero he oído bastantes: “¡Gracias, señora! ¡Buenos días, abuela! ¡Gracias, mamá! ¡Shukran ya haja!” E incluso un “¡Ciao, bella!”. Creo que mi pelo blanco atrae ternura…

Una vez servido el último plato, una familia con cinco niños aún está sentada en una mesa. Empezamos a pensar en la limpieza. “¡Voy a buscar el aspirador! – ¡No, el bebé duerme, es mejor utilizar las escobas!”

Todo esto nos pide atención mutua y gusto por trabajar en equipo. Las tensiones y el cansancio no faltan, pero estoy segura de poder pedir una ayuda cuando la situación me ultrapasa!

A veces nos quedamos aun un poco juntos, algunos días una parte del camino de regreso lo hago con uno u otro…

Camino más despacio, la luz es distinta, tengo ganas de llegar a casa… cuantos rostros y voces en mi ser… la parábola de la vida se ha hecho Carne para mí y en mí…

H.ta. Alessandra Paola