
Carlos de Foucauld nació en Estrasburgo (Francia) el 15 de septiembre de 1858, en el seno de una antigua familia noble. Huérfano de padre y madre, fue confiado al cuidado de su abuelo materno, el coronel Carlos de Morlet, junto a su hermana María. De espíritu curioso, pero de naturaleza inquieta y apasionada, pierde toda convicción de fe durante sus años de colegio: «A los quince o dieciséis años, la fe había desaparecido en mí. Me quedé en la duda absoluta».
A los dieciocho años inicia la carrera militar, pero sin mucha convicción. La vida en la guarnición le aburre. No es hasta el momento en que hay peligros, donde se revela como un verdadero jefe y un buen soldado. La dificultad siempre sacará lo mejor de él. Por ello, decide abandonar el ejército y emprende una peligrosa exploración de Marruecos (1883-1884). Maravillado por los paisajes, le llama la atención la fe de sus habitantes. «Observar esas personas viviendo en la presencia continua de Dios, me hizo vislumbrar algo más grande y verdadero que las ocupaciones mundanas”.
A su regreso no se siente en paz más que cuando está en la iglesia, repitiendo «Dios mío, si existes, haz que te conozca». Tiene poco más de 28 años cuando esta oración es atendida. Apoyado con sabiduría y discreción por su prima María de Bondy, pide al padre Huvelin (1886) lecciones de religión. Más que nociones religiosas, el sacerdote le propone a Carlos un camino de conversión, ya que Dios no es una idea que hay que captar sino una persona con la cuál encontrarse. «Me hizo arrodillar y confesarme”. Y Carlos, que nunca ha aceptado someter su voluntad a otros, se arrodilla, confiesa sus faltas y es invadido por una alegría inenarrable. Se da cuenta de que el Amor «no sólo me recibió de esta manera, sino que me ha buscado». Aunque declara que «en cuanto creí que Dios existía, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir para Él», tarda en encontrar su vocación. Una peregrinación a Tierra Santa le revela el rostro de Jesús en Nazaret, que ha ocupado de tal manera el último lugar que nadie pudo quitárselo. Es un golpe y un llamado. Se hace monje trapense (1890-1896), pero no encuentra ahí la «vida de Nazaret» con la que sueña: «Somos pobres para los ricos, pero no pobres como lo fue nuestro Señor». Deja el monasterio y se va a Nazaret, donde durante tres años vive en una cabaña como ermitaño/trabajador al servicio de las hermanas Clarisas (1897-1900). Largas horas de adoración y meditación de las Escrituras hacen que se pregunte… La misma boca que había dicho: «Este es mi cuerpo” había dicho también: «lo que hagan a uno de estos pequeños, me lo hacen a mí «. Aparece el recuerdo de los rostros encontrados durante su exploración en Marruecos. Su sueño será volver allí llevando a Jesús presente en la Eucaristía, un poco como María había llevado a Jesús invisiblemente presente en ella hacia la casa de Isabel. Pero para ello, es necesario ser sacerdote, una idea que siempre había rechazado como contraria a su vocación de ponerse en el último lugar. La madre Isabel, abadesa de las clarisas, lo animará a perseguir su sueño. Ordenado sacerdote libre de la diócesis de Viviers en 1901, se instalará en Beni Abbes, un gran oasis del Sahara argelino, cercano a la frontera marroquí. Desea vivir allí como un hermanito, dando testimonio del amor del corazón de Dios no con sus palabras, sino con su vida. Pero vivir la fraternidad no será fácil en ese lugar de fractura creado por el colonialismo. Queriendo ser el hermano universal, tendrá que ser hermano del ocupado y del ocupante. Y el ocupante francés permite la esclavitud. Intentará rescatar algunos esclavos. Se alegra cuando los habitantes «empiezan a llamar a mi casa ‘la fraternidad‘ y esto me es grato».
Tres años más tarde, recibirá una invitación para hacer parte de una «gira de confraternización» que busca crear vínculos con los Tuaregs, tribus nómadas que viven en el sur sahariano.
Se instala en el Hoggar, en Tamanrasset (1905-1916) y comienza a escribir un léxico tuareg francés. Va por los caminos, de tienda en tienda, escuchando, transcribiendo y traduciendo canciones, poemas y proverbios.
Durante una prolongada escasez de alimentos en 1907 cae enfermo de escorbuto. Esta vez, el pobre, el débil, el enfermo, es él. «Los Tuaregs buscaron todas las cabras en un radio de cuatro kilómetros para darme leche». La enfermedad le abre una nueva dimensión de Nazaret, que consiste en la reciprocidad.
Aunque el hermano Carlos había llegado entre los Tuaregs con el deseo de llevar a Jesús presente en el Santísimo Sacramento, no habiendo otro cristiano, deberá aceptar vivir un tiempo sin misa. La única Eucaristía que conocerán sus «feligreses musulmanes» será la de su vida ofrecida.
Lamentará el giro que toma la ocupación francesa de Argelia y realizará 3 viajes a Francia para lanzar una asociación que despierte a sus compatriotas en sus deberes para con estos pueblos abandonados. Pero la Primera Guerra Mundial pondrá fin a sus proyectos. En la noche del 1 de diciembre de 1916, será asesinado en una emboscada. Algunos días más tarde, el Santísimo Sacramento fue encontrado en la arena del desierto, no muy lejos de su cuerpo, enterrado por los aldeanos. «Si el grano de trigo no cae en tierra, no da fruto. Pero si muere, dará frutos en abundancia”. Declarado «beato» el 13 de noviembre de 2005 y «santo» el 15 de mayo de 2022, es ante todo un «hermano».