Vivir juntas es nuestra primera misión. Quisiéramos que nuestras fraternidades, formadas por tres o cuatro hermanas de diferentes generaciones y culturas, sean un lugar donde experimentar la unidad. Deseamos testimoniar que el sueño de Dios es posible. La escucha, el diálogo, el compartir, el perdón… son los cimientos de esa unidad que aprendemos a construir cada día, durante toda nuestra vida.

Ser hermanas va mucho más allá de nuestras pequeñas comunidades: a través de cartas y encuentros estamos conectadas con las fraternidades repartidas por el mundo. La comunión que experimentamos es la fuerza que nos empuja a ser hermanas de aquellos y aquellas con quienes compartimos la vida y a quienes quisiéramos, por nuestra sola presencia, contarles la cercanía de Dios.

Vivimos la fraternidad en el corazón de la Iglesia y, al mismo tiempo, estamos llamadas a ser hermanas de quienes están al margen de ella, los no creyentes y de quienes pertenecen a otras Iglesias o religiones. En fidelidad a nuestros orígenes, vivimos una amistad especial y preferencial con nuestros hermanos y hermanas del Islam.