El envejecimiento de muchas de nosotras nos mueve también a estar atentas a nuestras necesidades. Varias hermanitas continúan la misión de “estar con” la gente compartiendo la vida de las personas mayores en residencias laicas, o acogidas por otras congregaciones religiosas que tienen los medios que nosotras no tenemos. Con esto, vivimos ahí la experiencia de ser esperadas, tomadas a cargo, cuidadas…  y a veces, también una mayor soledad.

Esta etapa de la vejez nos pide asimismo que aceptemos ayudas exteriores, cosa que para muchas exige una verdadera conversión, para aceptar la realidad de ya no poder hacer todo por sí mismas y de necesitar de los demás.  Es justo decir, pues, que vivimos y encontramos a Dios en esta vida habitual de mucha gente que hace lo mejor que puede para envejecer en su casa, con la ayuda de algunos servicios de apoyo a domicilio. Al hacer esto, intentamos permanecer fieles a nuestro llamado, siendo una más con quienes están al margen de la sociedad, como hermanas y amigas, confiando nuestro mundo, sus luchas y sus alegrías a Jesús, en la oración silenciosa.