Construyendo el mosaico de la unidad en Jerusalén

En Jerusalén, por lo menos 15 Iglesias distintas viven unas al lado de otras, la mayor parte de ellas en la Ciudad Vieja, en un espacio muy reducido: la iglesia Griega ortodoxa y la iglesia Griega católica, la iglesia Católica de rito latino, la iglesia Siria ortodoxa y la iglesia Siria católica, la iglesia Caldea católica, la Iglesia Copta ortodoxa y la iglesia Copta católica, la Iglesia Etíope ortodoxa y la Etíope católica, la iglesia Maronita, la iglesia Armenia, la iglesia Luterana, la iglesia Anglicana, sin olvidar una particularidad: la iglesia Latina de expresión hebrea, que existe sólo aquí, etc…

En su conjunto, forman apenas el 1% de la población. Ninguna de ellas puede alardear de gran predominancia sobre las otras, aunque la iglesia Greco-ortodoxa y la iglesia Católica de rito latino reúnen sin duda la mayoría de los fieles y poseen la mayoría de los Lugares Santos y de las propiedades cristianas en la Ciudad Vieja.

Uno de los retos comunes que las reúnen fue expresado así, en una declaración de los jefes de las Iglesias de Jerusalén, el 13 de diciembre del 2021: “Hay grupos radicales que continúan adquiriendo bienes estratégicos en el barrio cristiano de Jerusalén, con el fin de disminuir la presencia cristiana, utilizando a menudo tratos solapados y tácticas de intimidación para expulsar a los residentes de sus casas, disminuyendo así considerablemente la presencia cristiana y perturbando más aún los caminos históricos de peregrinación entre Belén y Jerusalén.”

Otro desafío común es la gestión de los Lugares Santos, el más conocido y precioso de todos es sin duda el Santo Sepulcro… un lugar donde muy a menudo los peregrinos occidentales se escandalizan por el ruido, la falta de orden… y, sin embargo: “El lugar que hace memoria de la Muerte y Resurrección de Cristo no puede ser monopolio de uno sólo, no puede ser católico u ortodoxo. Debe pertenecer a todos. Reivindicar una propiedad absoluta sería una herida. Si llegara a ser bello, limpio, ordenado, pero perteneciente a uno solo sería una herida profunda, significaría decir a los demás: ustedes no pertenecen a este acontecimiento. Por esto es bueno que en este lugar todos estén presentes. Es verdad, la manera cómo estamos allí no es ideal, debería mejorar mucho. Las cosas van cambiando, pero no al ritmo de los occidentales“. P. Patriarca latino de Jerusalén (entrevista Moltefedi, el 28 de octubre del 2020)

En este ambiente, mientras que los fieles cristianos de todas las iglesias no hacen diferencias, participan a menudo indistintamente de una u otra celebración y se casan sin problemas entre católicos y ortodoxos, al nivel de la jerarquía las cosas son más complicadas y el diálogo avanza lentamente.  Aunque hay que reconocer que las relaciones fraternas, estos últimos años, evolucionan más bien positivamente.

Siendo así, ¿qué significa celebrar la semana de oración por la unidad, en Jerusalén?

Ciertamente, como en todas partes, supone que nos miremos en primer lugar a nosotros mismos, nuestras comunidades, nuestras relaciones con las otras iglesias, que reconozcamos nuestras propias incoherencias, nuestros conflictos pequeños o grandes, envidias o rivalidades, y que pidamos perdón a Dios y a nuestros hermanos y hermanas.

Pero en una ciudad como Jerusalén, desgarrada por las divisiones y la violencia, el llamado a la unidad no puede y no podrá nunca limitarse únicamente a los cristianos. Todos sabemos que la apuesta de paz y de unidad que está en juego en Jerusalén puede tener repercusiones en el mundo entero. Rezar por la unidad de los cristianos en este contexto tiene una finalidad que ultrapasa a la comunidad cristiana y que alcanza a la unidad entre las religiones, para llegar juntos a la unidad de toda la humanidad.  Con esta perspectiva, aún más, la unidad no puede ser sino un don de Dios y no únicamente el fruto de nuestros esfuerzos.

Hace unos días íbamos en coche con un amigo musulmán, chofer de taxi, que nos decía: “No soy un sabio del Islam, no conozco todas las sutilidades de la teología, pero reconozco que Dios me ha dado tres cosas para ayudarme a vivir en este tiempo difícil: paciencia, capacidad de perdonar y bondad para con los demás. Procuro vivirlo primero con mi familia, luego con mis vecinos y amigos, y finalmente con la gente que encuentro, cualquiera que se presente en mi camino…”

¿Y si el Espíritu de Dios nos estuviera indicando así, por la boca y la sabiduría de los pequeños a quienes ha confiado sus secretos, el camino de la unidad?

H.ta Maria-Chiara