Desde pequeñita me enseñaron que debo perdonar. Hoy, descubro que perdonar no es en primer lugar un acto moral, sino una toma de conciencia. Necesita todo un proceso que me invita a descender en mí, entrar en contacto con mi interior más profundo, y ponerme frente a mis dones, mis debilidades, mis heridas…
Les doy un ejemplo sencillo: cuando una hermana llega para comer y veo en su cara que no aprecia la comida, me duele porque yo la he preparado con todo el corazón. Sin embargo, la reacción de la otra no debería condicionarme, ni siquiera hacerme sufrir, porque la otra no es mi continuidad. En realidad, tiene todo el derecho de que no le guste lo que hay para comer. La otra persona, en su libertad, puede decir o hacer lo que quiera.
Cuando hago la relectura de este acontecimiento con un poco de distancia, veo que el problema soy yo. Al darme cuenta de que estoy herida porque mi trabajo no ha sido reconocido, me pongo con todo esto delante del Señor para implorar su gracia y su fuerza. Así he descubierto que perdonar a quien me ha hecho daño es finalmente aceptar mis límites, mis heridas.
Durante este año sabático, tomé conciencia también de que nuestros conflictos no se deben tanto a nuestras simpatías o antipatías, sino sobre todo al conflicto entre las prioridades de nuestros valores. Es imposible comprenderse sin diálogo y escucha mutua. Según nuestra historia, nuestra cultura, una palabra o un gesto puede parecer banal para una de nosotras, pero para la otra, no lo es en absoluto.
Por ejemplo, un día teníamos un invitado en Tre Fontane. Comimos juntos. Cuando se fue, tuvo que abrirse él mismo la puerta y no parecía que esto molestase a nadie. A mí me hizo daño, porque entre nosotros, en el Congo, es muy descortés. Siempre hay alguien que va a abrir la puerta delante del huésped. Descubrí así que la misma situación nos toca de maneras muy distintas. Sí, en la vida de cada día, con mis hermanitas, en la comunidad, con los vecinos, en familia, en el trabajo con los compañeros… es ahí que tengo que ofrecer y acoger el perdón. Y muchas veces la primera beneficiaria de ese perdón soy yo.
Descubrí también que perdonar no es algo automático. Cuando pienso en la situación de mi país, la República Democrática del Congo, en todas las violencias, la guerra que vivimos, es muy duro. Hace algunos años tuvimos que huir con nuestros vecinos porque hubo varias matanzas en el pueblo. Ante esta violencia, me pregunto ¿qué es perdonar? He sentido en mí diferentes formas de bloqueo, de resistencia. Yo ya había condenado a toda esa gente, ¿cómo podía perdonarles? Al empezar este año sabático me sentía aplastada por esas cosas vividas, eran como un peso en mí. Al mismo tiempo, experimenté un deseo grande de vivir. Esto me decidió a entrar en un camino de reconciliación y de perdón.
Sentí que debía abandonar mi necesidad de comprender el misterio del mal, debía aceptarlo como una realidad de la vida. ¡Fue para mí un gran momento de liberación! Ahora, siento que el sufrimiento, las heridas de esta situación dolorosa, continúan presentes, pero tienen otro peso. Estos acontecimientos ya no me aplastan, de nuevo puedo recibir y dar vida a mi alrededor. Atravesar así lo que me hiere, incluso la muerte, me permite hoy abrazar la vida. He experimentado en mi propia historia que no se puede saborear la luz de Pascua sin haber atravesado el viernes santo.
Hta. Sifa-Zawadi