Nuestros corazones están aún impregnados de alegría por la canonización de Carlos de Foucauld. Hoy, aniversario de su muerte, celebramos su vida y acogemos su mensaje, a la vez actual y desconcertante: “ser pobres en todo, hermanas de los pobres, compañeras de los pobres” porque “la verdadera riqueza se encuentra en un amor mutuo que nos hace llevar los fardos unas de otros”. Nos lo recordaba últimamente el Papa Francisco y es lo que la hermanita Flor experimenta a lo largo de los días…
Salgo de la casa alrededor de las 7.00 con la bici. En invierno está todavía oscuro. A esta hora hay grupitos en la calle: los que pasaron la noche calentándose y compartiendo, muchas veces con alcohol, con droga. Una vez pasé rapidito y un poco inquieta. Escuché un gran “que tenga un buen día, hermanita. Bendiciones” y me fui feliz y tranquila, llevando y volviendo a compartir esta bendición que había cambiado mi mirada este día.
Estoy contratada por una empresa externa que presta el servicio de aseo al hospital. Somos dos para trabajar en la UCI*. Tuve ya muchas compañeras chilenas, peruanas, haitianas. Gracias a ellas descubrí la vida concreta de familias muy sencillas de varios países. Es muy enriquecedor y tan diferente de lo que cuentan los medios de comunicación. Estamos 12 horas juntas durante dos días antes de tener dos días de descanso. Empezamos por conocernos, la manera de ser y de hacer de cada una, poco a poco crece la confianza. Con Vero y algunas más estuvimos trabajando casi como “yunta”, compartiendo tanto el trabajo como las historias de nuestras vidas entre risas, bromas y confidencias serias. Estábamos tan habituadas a hacer las cosas juntas que podíamos adivinar lo que hacía la otra o lo que era más práctico hacer en cada momento para ayudarnos. Días en los cuales no contábamos los esfuerzos ni comparábamos lo que hacíamos, seguras también de que cada una hacía las cosas bien y con una buena medida de generosidad. Con otras compañeras, formamos lindas amistades, pero nos fuimos repartiendo más claramente las tareas para más justicia en el esfuerzo y también para que cada una pueda hacer las cosas a su manera, haciéndose responsable de su trabajo. No faltan las intrigas, el hablar mal de la otra frente al supervisor para caer bien. Al principio me preocupaba, pero me di cuenta que al final más valía seguir trabajando bien y calladita. La tranquilidad por ser antigua y conocida me da ahora más libertad interior y paz.
Como personal de aseo y más aun de empresa externa, somos las últimas en medio del personal que está en la UCI. Para algunas personas somos invisibles todavía.
Gracias a Dios, esto no dura tanto tiempo. Cuando se relajan, empiezan a estar presentes a lo que les rodea. Poco a poco llego a ser la tía Flor, la francesa, la monjita. Me enternece ver a los tens terminar el baño de su paciente y recoger lo que cayó en el piso para que la sala esté bien ordenada y evitarnos la molestia de volver a entrar. Otros, viendo que limpiamos el pasillo, se dan una gran vuelta para no pisar y dejar huellas con sus zapatos.
Durante cierta parte del día lo que hacemos se repite casi siempre de la misma manera. Después de los saludos, entramos en la monotonía de los gestos repetidos, limpiando las mismas 10 u 11 salas de los pacientes. Muchos están sedados y no se da la posibilidad de saludar o conversar. En esta monotonía me escondo un rato para un poco de pobre oración, tipo rosario… pues es claro que no me da tiempo para una hora de oración en la capilla antes o después de la jornada de trabajo. Hay situaciones o momentos de encuentros que se graban en el corazón y se vuelven presencia, súplica o gratitud.
No es que hacemos cosas extraordinarias, pero es mágico poder transformar un ambiente caótico en un ambiente ordenado, agradable, limpio y sobre todo seguro a nivel higiene. Me presento a veces a los pacientes como la “asesina”. Me miran con ojos redondos y les explico que soy asesina de microbios.
Otro gran poder que tenemos es de saludar, felicitar por los adelantos, expresar cariño, una pequeña inyección de buena onda que es un remedio efectivo también.
Veo cuántos pacientes más jóvenes que yo. Realizo (y la pandemia fue clave en eso) que vivo sólo por gracia. Por algo. No hay tiempo que perder, ni el hoy, ni el ahora.
Al mismo tiempo, claro que hay días grises y cansados. ¡Cuántas veces son los demás quienes me devuelven el gusto, la alegría, la energía! Con un saludo inesperado, un gesto de cariño, una broma. Es como si destaparan los ojos del corazón que se estaba cerrando en la oscuridad…
H.ta Flor