Abrazar mi humanidad

Un año y medio después del fallecimiento repentino de mi madre, mi hermano más joven, de 33 años, tuvo una leucemia aguda y, en tres semanas, nos dejó también… Mucha gente vino a compartir nuestro duelo con flores, velas, incienso, oraciones, misas… e incluso con lágrimas, muy sinceras…

Sin embargo, rodeada y acompañada por tanta atención y afecto, en lo más profundo de mí me sentía inconsolable, me sentía sola, con una soledad hiriente.

Este sentimiento continuó persiguiéndome, como un murmullo extraño y persistente hasta que se transformó en una tristeza invasora, y acabó captando toda mi atención.

Fue así que empecé a percibir la existencia de ese lugar de mi humanidad, que me manda mensajes muy reales, pero incompatibles con los razonamientos y teorías que he recibido en mi educación humana e incluso cristiana.

Hablé de ello con una hermanita, quien me aconsejó que, para elaborar el duelo, me hiciera acompañar por una persona competente. Yo no estaba muy convencida, pero decidí confiar y fui a verla. Con ella, a medida que avanzaba, descubrí otro duelo, y después otro más: los dos estaban muy enterrados en mi memoria. Se trataba de la muerte de mi hermana mayor cuando yo tenía cuatro años, y la de mi hermanita, la menor de todos, cuando yo tenía diez.

Todas estas muertes fueron repentinas, y en ese preciso momento tomé conciencia de que las había vivido como desgarros violentos. Noté en mí una especie de rabia, de violencia, de rebelión contra Dios y, evidentemente, en algunas situaciones concretas, contra aquellas y aquellos que están cerca de mí. Había sufrido tanto por esta violencia incontrolable que estaba en mí, que a veces les lastimo.

Fue un largo camino el de dejarme acompañar, dejarme conducir hasta ese lugar escondido a mi conciencia para encontrar, enterrada en mí, esta parte real y muy frágil de mí misma…, ponerme a su lado, aprender su lenguaje para poder escucharla, a veces llorar con ella, acoger sus palabras sin juzgar ni dar lecciones… con el tiempo fui teniendo la impresión de que empezaba a hacerme confianza, de que empezaba a aprender a sonreír conmigo. Luego, me fue mostrando aun otras partes heridas, escondidas…

Y también es así como últimamente, con ella, hemos atravesado la muerte, de nuevo repentina, de mi padre.

Parece que ese camino al mismo tiempo me hace encontrar al Dios encarnado de una manera muy real, como si, en un cierto momento, Él se hiciera “uno” conmigo, justamente en ese lugar frágil y vulnerable. (Esto no quiere decir que mi vida de oración sea fácil: dudo, lucho, aun no sé cómo rezar y sufro por todo esto). Pero ese “cierto momento” es también muy real, porque veo que los pasos que doy ahora van al encuentro con compasión de una u otra hermanita en sus heridas, en su sufrimiento e incluso en su dureza y su violencia. Es la señal de que Él está aquí y que algo está creando, ¿no es verdad?

H.ta Emmanuelle-Linh