Envejeciendo, aun fructifica

Cantar las maravillas del Señor hasta en la última etapa de la vida, es posible. A sus 81 años, la hta. Anne-Augusta se maravilla con lo cotidiano y nos transmite su alegría de vivir.

El fin de la vida se está anunciando, es una realidad de la que no puedo escapar. Intento adaptarme a ella… “envejeciendo, aun fructifica” nos dice el salmo ¡quiero esperarlo! Aprovecho y gozo de todo lo que la vida me da en el día a día. Nunca me he sentido tan feliz como en este momento, a pesar de los límites. ¿Por qué? ¡No lo sé! Tengo tiempo y lo vivo de otra manera… el valor del tiempo es distinto. No teniendo ya un trabajo ni un servicio vivo la vida de manera más gratuita, más libre, saboreando más las cosas, viviendo simplemente lo que se presenta.

Este tiempo me hace descubrir el verdadero sentido y el valor de nuestra vida, basada en el ser y no en el hacer. Vale la pena vivir la vida hasta el final. Los cuidados que recibo para hacerla agradable y más fácil me llenan el corazón de alegría, de esperanza, no sólo por mí sino por todas nosotras. Veo en ello la mano de Dios que me acompaña con ternura. ¡Qué alegría me da poder vivir todo esto: gracias! ¿cómo no dar gracias?

Tengo la alegría de poder trabajar un poco la tierra, a mi medida, por el placer y para la gloria de Dios. Tengo un jardincito, cultivo algunas flores que me alegran y me hablan de Dios, de su misterio y de su belleza.

Además, vivo un cambio profundo en mi fraternidad que me influye de manera importante. Le Tubet (la casa madre, en Aix en Provence, Francia) se transforma, se renueva, se adapta a nuestras edades que avanzan, una vida nueva se instala y se diseña en vista de los próximos años. Lo vivo plena y profundamente, en el interior de mi ser. Son gérmenes de vida que se manifiestan llenos de esperanza. Todos estos cambios son de gran alcance y me ayudan a vivir, a mi nivel, lo que tengo que vivir también personalmente: mi vejez con sus disminuciones, un cierto abandono, saber dejar el lugar… A veces una impresión de inutilidad, de dependencia me pueden entristecer.

Hay personas de fuera que vienen a trabajar a nuestra casa y amigos que nos ayudan. Todos están contentos de venir, para algunos llegamos a ser un poco de la familia. Hay mucha vida, relaciones entre nosotros, me siento vivir en el corazón del mundo. Aquí están hermanitas que vuelven de muchos países del mundo, la mayoría han vivido en ellos más de 50 años, participando en la fundación de las fraternidades. Casi podría decir que vivo a la escala del mundo, tanto en el interior de la Fraternidad, como con las personas que nos rodean y que vienen de todas partes.

Este tiempo del envejecimiento lo vivo, o por lo menos intento vivirlo, como un tiempo de conversión, en perpetuo devenir. Volver a lo esencial de mi vida de hermanita, la ofrenda de mí misma a Jesús con todo el amor de mi corazón. RezarLe, que todo se convierta en oración, interceder por el mundo, sin cesar… Un tiempo para releer mi vida pasada y presente, ponerla humildemente delante de Él, con un poco más de perspectiva. Vivir los perdones que no fueron dados o acogidos, implorar Su misericordia… Un tiempo de formación, aprovechando lecturas, encuentros… Un tiempo en el cuál saber dar gracias por tantos valores de vida que me maravillan. A veces hay que cavar, buscar para encontrar las perlas preciosas escondidas, enterradas, estropeadas, pero presentes; semillas de vida tan hermosas y diversas, capaces de “decirme Dios” en su pluralidad.

Hta. Anne-Augusta